Comentario
Capítulo V
Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia, después de haber estado en Tarapacá algunos días, se partió al valle de Atacama
Allegado al valle de Tarapacá, el general Pedro de Valdivia aguardó allí a su capitán Alonso de Monrroy, que vino de las Charcas con setenta hombres, los cincuenta de a caballo y veinte de a pie. Convínole esperar allí algunos días para que los caballos se reformasen y la gente se aderezase e se proveyese de bastimento.
Supo como venía el capitán Francisco de Aguirre con cierta gente. Envióle avisar que él se iba por la falda de la sierra a esperarle en el valle de Atacama. Tenida esta nueva, salió el general de este valle de Tarapacá para el valle de Atacama.
En un pueblo que se dice Los Capiruzones se juntó Francisco de Villagran con el general, el cual venía de Tarija a causa de haberse deshecho la entrada que llevaba Pedro de Candía. Y como Francisco de Villagran iba por su general, viendo el negocio deshecho, ayuntó sus amigos e vino a juntarse con el general, como he dicho, que no fue mal socorro para la jornada.
Así caminó el general con toda esta gente con esta orden de veinte en veinte, por amor de la falta de agua y hierba que en estos caminos hay, porque en el compás que hay de fuera de los valles no hay sino unos jagüeyes, que son como unos pozuelos o charcos. Y en estos pozuelos de agua no hay tanta que treinta hombres no la agoten, e después torna poco a poco a henchirse. Son algunos de éstos salobres, y otros que no huele muy bien el agua a causa de estar en aquellos arenales. Acostúmbrase llevar el agua en estos despoblados en calabazos, donde los hay. Y en estos valles acostumbran los naturales llevar el agua en estas vasijas, en unos odres de cuero hechos en esta forma: que de que matan algún carnero, le desuellan las piernas de la rodilla arriba hasta la ingle, y átanle, y otros le cosen y pélanle no muy bien, y el pelo adentro hínchanle de agua, y por quitar el mal sabor del agua, échanle harina de maíz tostado. Cabe en un odrecillo de éstos un azumbre o dos de agua, y aquella agua beben y no la tienen en poco. Muchas veces vi las barbas del que bebía aquesta agua con mucha cantidad de harina. No digo lo que bebían porque no se veía que era en cantidad. Pues el olor del zaque que dije, que no le hacen otro adobo más de desollarlo y mal pelarlo, y así fresco le echan el agua y la harina.
Pero también diré de otros odres o zaques que se usan, que son hechos de los vientres de los lobos marinos muy lavados de lo acostumbrado, pero no limpios del olor del lobo extrañamente perverso, porque huele a carne y a pescado manido. Pues el que lleva un zaque lleno de éstos y en la siesta y gran calor, que es más recio que el de España, tiene libertad para que pueda beber cuando quiere en aquellos arenales, no le parece que tiene poco, ni recibe poco consuelo en haber bebido, porque queda tan contento como si bebiera en Guadalquivir, y con aquel ímpetu caminan. Allegados al jagüey o pozuelo, apéase el buen descubridor y peregrino conquistador, quita la frazada que lleva en la silla de su caballo y tiéndela en el suelo, echa en ella un poco de maíz tostado que lleva en una guayaca o talega, y algunas veces lo llevan crudo, y hace que coma allí el caballo. Echase él de lado y come de lo mesmo, porque no hay otra cosa, de suerte que comen el caballo y el caballero en una mesa, y beben con una taza, porque cuando tiene sed el caballero y le parece que por no tocar en el zaque que lleva avinado con la harina de maíz, quítase la celada o morrión de la cabeza y entra en el pozo, que es hondo, saca agua y bebe, y da a beber a su caballo, y va contanto, y hecho esto caminan.
Los que en semejantes jornadas van a pie, cuando llegan al jagüey, despacio se paran a limpiarle, y como andan cavando los puzuelos o jagüeyes, hallan el agua peor que pensaban. Y de esta suerte y con más trabajo se pasan estos despoblados.
Pues ¿qué diré de la comida? porque luego que acaba de llegar el campo, manda el general apercibir dos caudillos con cada veinte hombres y yanaconas, que vayan a buscar maíz, que lo tienen enterrado por los arenales los naturales, porque no se lo gasten los cristianos, que tienen noticia que vienen.
La orden que tienen en buscallos es ésta: despiden la vaina del espada, y con la espada desnuda andan atentando por los campos y quebradas, como quien busca turmas de tierra. Son tan diestros muchos de ellos en buscar y otros que su ventura lo lleva donde hay maíz, y de él cargan y vienen muy contentos y aborrecidos todos los trabajos.